Quizás nos hubiera gustado más estar en Faro, pero tenemos la camiseta y además no lo queriamos cambiar para disfrutar de esta mañana de domingoy del airecitoque nos acompañó buena parte del camino.
salimos como siempre, hoy nos toca visitar los áridos pagos de Cebreros, cargados de jóvenes racimos que se ven madurar al tímido sol de Cáncer junto con la primera luna del verano.
los prados de siega han sido rasurados por la guadaña y en algunos, los paquetes de heno esperan a ser recogudos mientras que el estío inunda los campos que esperan al otoño para reverdecer y alimentar de verde pasto al ganado que ha subido en busca de frescor a las sierras más altas de la cordillera carpetovetónica.
Hoy es un día un tanto estraño, hacemos la ruta al revés, y en vez de ir hacia el suroeste enganchamos la vía por el noroeste, hemos subido el puerto de Galpagar con su decena de sinuosas curvas, rotondas a la entrada del pueblo de los galápagos, a la salida, frente anosotros el monasterío del Escorial, hoy un tanto gris, como Abantos que con nubes que esconden su cima, se ha sacudido las amarillas flores de las escobas y de los piornos serranos.
En la Cruz Verde, algunos se quedan, otros seguimos por las Navas del Marqués hasta el cruce de Navalperal de Pinares, y descendemos buscando el Hoyo de Pinares, pasamos de los pinos negrales y silvestres de repoblación de los montes públicos de las Navas a los pinos piñoneros con negrales que se enredan entre los canchales oradados por el río Becedas, la presa de la entrada al Hoyo refleja los irientes rayos matutinos en sus irisadas y tranquilas aguas, los bañistas pasan a nuestro lado intentando calmar su sed de sol en las turquesas aguas de la piscina, sólo quedan seis kilómetros para alcanzar nuestro destino.
A la caja de mahous clásica le acompañamos de torreznos, queso y unos platitos de revolconas que llenan nuesro espíritu y animan la conversación y las risas.
Dejamos atras las vides y nos metemos de nuevo en los clareados pinares del río Becedas y del arroyo Sotillos, al aderecha la gran antena de la Nasa nos recuerda la claridad del cielo mientras sentimos el aire puro de la fica del Quexigal que dejamos a nuestra izquierda, cruzamos de nuevo el Cofio y llegamos a Robledo, el de la iglesia berroqueña adornada en sus aristas con las bolas avileñas.
Sibimos hacia San Lorenzo soportando la pesadez de una roulote que aminora nuestra marcha hasta casí el final del puerto, en la bajada de nuevo los robles, los fresnos del prado de la Virgen, las ondulantes aguas de Valmayor y sin darnos cuenta regresamos al punto de partida.